| Patología del luchador 
        convulso lo nombra todo y en sus momentos de ocio le encanta tirar piedras al 
        sistema y disparar ráfagas limpias sobre sus estadísticas en las que él 
        es uno más. 
         Le encanta ver saltar por los aires los porcentajes de las 
        estadísticas y le encanta ver rotas las ventanas del sistema (las de las 
        plantas bajas). Le encanta luchar. Tiene la palabra, su furia y las 
        digestiones pesadas. Habla y lucha, solo, pero lucha y habla. Es un 
        luchador que lucha. Su lucha es sagaz y lucha contra el sistema que no 
        conoce dándole en el centro, donde más duele, en el ‘capitalismo 
        mundial. Lucha incansablemente, sin parar, porque es un luchador 
        indomable, como sus digestiones. 
         Como ‘el capitalismo mundial’ esta por todas partes, le gusta 
        disparar, sin dejarse acobardar, contra todo. Él es un luchador 
        infatigable. Cuando se lucha, se dice, nadie tiene derecho a parar; 
        cuando se es un luchador que lucha, se repite, no puedes detenerte a 
        desgranar qué es eso contra lo que luchas y menos aún, sería una pérdida 
        de tiempo intolerable, puedes detenerte a explicar por lo que luchas. La 
        justicia y la felicidad no necesitan explicación.  Si el final es 
        bueno, clama, los métodos lo son. 
         El luchador que lucha, como buen mamífero (los mamíferos son muy 
        territoriales), alcanza todas sus metas cuando libera un territorio del 
        ‘capitalismo mundial’. Es entonces cuando le explica a sus moradores que 
        el ‘capitalismo mundial’ vigente queda extinguido, que queda abolida la 
        propiedad privada y se crea, como fase transitoria hacia la felicidad y 
        la justicia universal, el órgano de gobierno de la nueva economía el 
        CLNMR (Comité Libertador Nacional de Manejo y Ruina), haciéndose 
        postular como Libertador Mayor con honores de oficial de primera y paga 
        extra. 
         El luchador que lucha necesita siempre ganar tiempo y es entonces 
        cuando elimina los tribunales ordinarios y nombra unos propios. Momento 
        sublime de su lucha que gusta usar para establecer el modo de impartir 
        justicia y el tipo de sentencias ejemplares que conviene dictar. El 
        luchador que lucha, astuto y malicioso como los felinos, es amigo de 
        declarar el territorio soberano, muy soberano, lo más soberno posible, 
        igual de soberano que los feudos medievales e invocar en su auxilio la 
        ley internacional que tanto odia. Se hace elegir, primero, representante 
        supremo del pueblo y, cómo no, se hace querer, después, como hacen todos 
        los luchadores que luchan, como demostración urbe et orbi de que 
        las críticas, todas, tienen su origen en el 'capitalismo mundial', en 
        forma de ingerencia externa intolerable en los asuntos internos del 
        pueblo soberano dirigido por él. 
         Y cuando es enterrado, porque todos los luchadores que luchan no 
        pueden aún, aunque están en ello (versus la momia incorrupta de Lenín), 
        escapar al destino fatal de la muerte, se hacen roturar sobre la placa 
        de granito que lo protege del pueblo, el siguiente epitafio: “Que 
        yo no tuve la culpa, la tuvo la digestión”. 
          º|º  tic, tic, 
  tic, |